lunes, 21 de febrero de 2011


Califato de Córdoba

El Califato de Córdoba, también conocido como Califato Omeya de Córdoba oCalifato de Occidente, fue un estado musulmán andalusí proclamado porAbderramán III en 929. El Califato puso fin al emirato independiente instaurado porAbderramán I en 756 y perduró oficialmente hasta el año 1031, en que fue abolido dando lugar a la fragmentación del Estado omeya en multitud de reinos conocidos como taifas.

El Califato de Córdoba fue la época de máximo esplendor político, cultural y comercial de al-Ándalus.

Apogeo del Califato

Los reinados de Abderramán III (929-961) y su hijo Alhakén II (961-976) constituyen el periodo de apogeo del Califato omeya, en el que se consolida el aparato estatal cordobés.

Para afianzar el aparato estatal los soberanos recurrieron a oficiales fieles a la dinastía omeya, lo cual configuró una aristocracia palatina de fata'ls (esclavos y libertos de origen europeo), que fue progresivamente aumentando su poder civil y militar, suplantando así a la aristocracia de origen árabe. En el ejército se incrementó especialmente la presencia de contingentes bereberes, debido a la intensa política califal en el Magreb. Abderramán III sometió a los señores feudales, los cuales pagaban tributos o servían en el ejército, contribuyendo al control fiscal del Califato.

Las empresas militares consolidaron el prestigio de los omeyas fuera de al-Ándalus y estaban orientadas a garantizar la seguridad de las rutas comerciales. La política exterior se canalizó en tres direcciones: los reinos cristianos del norte peninsular, el Norte de África y el Mediterráneo.

Relaciones con los reinos cristianos

Durante los primeros años del Califato, la alianza del rey leonés Ramiro II con Navarra y el condeFernán González ocasionaron el desastre del ejército califal en la batalla de Simancas. Pero a la muerte de Ramiro II, Córdoba pudo desarrollar una política de intervención y arbitraje en las querellas internas de leoneses, castellanos y navarros, enviando frecuentemente contingentes armados para hostigar a los reinos cristianos. La influencia del Califato sobre los reinos cristianos del norte llegó a ser tal que entre 951 y 961, los reinos de León, Navarra y Castilla y el condado de Barcelona le rendían tributo.

Las relaciones diplomáticas fueron intensas. A Córdoba llegaron embajadores del conde de Barcelona Borrell, de Sancho Garcés II de Navarra, de Elvira Ramírez de León, de García Fernández de Castilla y el conde Fernando Ansúrez entre otros. Estas relaciones no estuvieron faltas de enfrentamiéntos bélicos, como el cerco de Gormaz de 975, donde un ejército de cristianos se enfrentó al general Galib.

Política en el Mediterráneo

Un tercer objetivo de la actividad bélica y diplomática del Califato estuvo orientada al Mediterráneo.

El Califato mantuvo relaciones con el Bizancio de Constantino VII y emisarios cordobeses estuvieron presentes en Constantinopla. El poder del Califato se extendía también hacia el norte, y hacia 950 el Sacro Imperio Romano Germánico intercambiaba embajadores con Córdoba, de lo que queda constancia de las protestas por la piratería musulmana practicada desde Fraxinetum y las islas orientales de al-Ándalus. Igualmente, algunos años antes, Hugo de Arlés solicitaba salvoconductos para que sus barcos mercantes pudieran navegar por el Mediterráneo, dando idea por lo tanto del poder marítimo que ostentaba Córdoba.

A partir de 942 se establecieron relaciones mercantiles con la República amalfitana y en el mismo año se recibió una embajada de Cerdeña.

[editar]Política interior

El apogeo del califato cordobés queda de manifiesto por su capacidad de centralización fiscal, que gestionaba las contribuciones y rentas del país: impuestos territoriales, diezmos, arrendamientos, peajes, impuestos de capitación, tasas aduaneras sobre mercancías, así como los derechos percibidos en los mercados sobre joyas, aparejos de navíos, piezas de orfebrería, etc. Asimismo, los cortesanos estaban sometidos a contribución.

Organizativamente, el califato dividió su territorio en demarcaciones administrativas y militares, denominadas coras.

La opulencia del califato durante estos años queda reflejada en la palabras del geógrafo Ibn Hawqal:

La abundancia y el desahogo dominan todos los aspectos de la vida; el disfrute de los bienes y los medios para adquirir la opulencia son comunes a los grandes y a los pequeños, pues estos beneficios llegan incluso hasta los obreros y los artesanos, gracias a las imposiciones ligeras, a la condición excelente del país y a la riqueza del soberano; además, este príncipe no hace sentir lo gravoso de las prestaciones y de los tributos.

Para realzar su dignidad y a imitación de otros califas anteriores, Abderramán III edificó su propia ciudad palatina: Medina Azahara. Esta etapa de la presencia islámica en la península Ibérica de mayor esplendor, aunque de corta duración pues en la práctica terminó en el 1009con la fitna o guerra civil que se desencadenó por el trono entre los partidarios del último califa legítimo, Hisham II, y los sucesores de su primer ministro o hayib Almanzor. No obstante, el Califato siguió existiendo oficialmente hasta el año 1031, en que fue abolido dando lugar a la fragmentación del Estado omeya en multitud de reinos conocidos como taifas.

Economía y población

La economía del Califato se basó en una considerable capacidad económica -fundamentada en un comercio muy importante-, una industria artesana muy desarrollada y técnicas agrícolas mucho más desarrolladas que en cualquier otra parte de Europa. Basaba su economía en la moneda, cuya acuñación tuvo un papel fundamental en su esplendor financiero. La moneda de oro cordobesa se convirtió en la más importante de la época, siendo probablemente imitada por el Imperio carolingio. Así, el Califato fue la primera economía comercial y urbana de Europa tras la desaparición del Imperio romano.

A la cabeza de la red urbana estaba la capital, Córdoba, la ciudad más importante del Califato, que superaba los 250.000 habitantes en 935y rebasó los 500.000 en 1000 (algunos historiadores aún hablan de 1.000.000 de habitantes, basándose en recientes hallazgos arqueológicos de dimensiones superiores a las esperadas, cumpliendo muchas de las crónicas hasta ahora tenidas por exageradas), siendo durante el siglo X una de las mayores ciudades del mundo y un centro financiero, cultural, artístico y comercial de primer orden.

Otras ciudades importantes fueron Toledo (37.000), Almería (27.000), Zaragoza (17.000) y Valencia (15.000).

Cultura

Abderramán III no sólo hizo de Córdoba el centro neurálgico de un nuevo imperio musulmán en Occidente, sino que la convirtió en la principal ciudad de Europa Occidental, rivalizando a lo largo de un siglo con Bagdad y Constantinopla, las capitales del Califato Abasí y el Imperio bizantino, respectivamente, en poder, prestigio, esplendor y cultura. Según fuentes árabes, bajo su gobierno, la ciudad alcanzó el millón de habitantes,1 que disponían de mil seiscientas mezquitas, trescientas mil viviendas, ochenta mil tiendas e innumerables baños públicos.

El califa omeya fue también un gran impulsor de la cultura: dotó a Córdoba con cerca de setentabibliotecas, fundó una universidad, una escuela de medicina y otra de traductores del griego y del hebreo al árabe. Hizo ampliar la Mezquita de Córdoba, reconstruyendo el alminar, y ordenó construir la extraordinaria ciudad palatina de Madinat al-Zahra, de la que hizo su residencia hasta su muerte.

Los aspectos de desarrollo cultural no son menos relevantes tras la llegada al poder del califaAlhakén II a quien se atribuye la fundación de una biblioteca que habría alcanzado los 400.000 volúmenes. Quizás ello provocó la asunción de postulados de la filosofía clásica -tanto griega como latina- por parte de intelectuales de la época como fueron Ibn Masarra, Ibn Tufail, Averroes y el judío Maimónides, aunque los pensadores destacaron, sobre todo, en medicina, matemáticas y astronomía.




La Reconquista

Según algunos académicos1 el término es históricamente inexacto, pues los reinos cristianos que «reconquistaron» el territorio peninsular se constituyeron con posterioridad a la invasión islámica, a pesar de los intentos de algunas de estas monarquías por presentarse como herederas directas del antiguo reino visigodo. Se trataría más bien de un afán de legitimación política de estos reinos, que de hecho se consideraban reales herederos y descendientes de los visigodos, y también el intento de los reinos cristianos (especialmente Castilla) de justificar sus conquistas, al considerarse herederos de sangre de los godos.

El término parecería asimismo confuso, más aún considerando el hecho de que tras el derrumbe del Califato (a comienzos del siglo XI), los reinos cristianos optaron por una política de dominio tributario -parias- sobre las Taifas en lugar de por una clara expansión hacia el sur; o las pugnas entre las diferentes coronas –y sus luchas dinásticas-, que solo alcanzaron acuerdos de colaboración contra los musulmanes en momentos puntuales.

Sin embargo, la temprana reacción en la cornisa cantábrica en contra del Islam,e incluso su rechazo del territorio actualmente francés después de la Batalla de Poitiers del año 732, pueden sustentar la idea de que la Reconquista sigue casi inmediatamente a la conquista árabe. Más aún, «gran parte de dicha cornisa cantábrica jamás llegó a ser conquistada», lo cual viene a justificar la idea de que la conquista árabe y la reconquista cristiana, de muy diferente duración (muy corta la primera y sumamente larga la segunda), se superponen, por lo que podría considerarse como una sola etapa histórica, sobre todo si tenemos en cuenta que la batalla de Guadalete, la primera batalla por defender el reino visigodo en el año 711, marca el inicio de la invasión musulmana.

Consolidación de los núcleos cristianos

En 711 se produjo en la península ibérica la primera invasión de los musulmanes procedentes de África del Norte. Entraron por Gibraltar (que precisamente debe su nombre actual a Tarik, general que desembarcó allí) y que el propio Rodero o Roderico (Don Rodrigo), uno de los últimos de los reyes visigodos, fue a rechazar, perdiendo la vida en la Batalla de Gibraltar. Tarik fue llamado a Damasco, entonces capital del califato, para informar y nunca más volvió. Su lugar lo ocupó el gobernador Abd al-Adiz, comenzando el emirato independiente.

A partir de este momento empezaron una política de tratados con los nobles visigodos que les permitió controlar el resto de la península. En 716 Abd al-Aziz fue asesinado en Sevilla y se inició una crisis tal que en los siguientes cuarenta años se sucedieron veinte gobernadores. En este año, 716, los árabes comenzaron a dirigir sus fuerzas hacia los Pirineos para tratar de entrar en el Reino Carolingio.

La veloz y contundente invasión norteafricana, además de por los factores que propiciaron la expansión mundial del Islam, se explica por las debilidades que afectaban al reino visigodo:

  • El frágil e incompleto dominio que ejercía sobre el territorio peninsular –en 711 el rey Rodrigo se hallaba dirigiendo una campaña militar en el norte.
  • La división de sus élites, con enfrentamientos vinculados a la elección de los sucesores al trono de una Monarquía (electiva) no hereditaria.
  • Una aristocracia terrateniente –de tardía conversión al catolicismo- superpuesta a una población, libre o servil, con condiciones vitales muy duras, entre la que latía un fuerte descontento. Muchos de ellos recibieron la conquista como una mejora de su situación.
  • La decadencia de la actividad mercantil derivó en una minusvaloración de la población judía, que en gran medida la protagonizaba. También ellos pudieron ver una ventaja en la situación de las minorías hebreas amparada por la jurisdicción islámica.




Las Omeyas

Los Omeyas fueron un linaje árabe que ejerció el poder califal, primero en Oriente, con capital en Damasco, y luego en al-Ándalus, con capital en Córdoba.


Orígenes y ascensión al califato

Los omeyas eran un clan de la tribu de Quraysh, de La Meca, a la que pertenecía Mahoma. El antepasado que da nombre a la familia, Umayya ibn Abd Shams, era sobrino de Háshim, bisabuelo de Mahoma que da nombre a los hashimíes o hachemíes.

El primer vínculo de los omeyas con el califato se produce cuando un miembro del clan, Uthman ibn Affan, rico comerciante de La Meca y esposo sucesivo de dos hijas de Mahoma, es elegido sucesor del califa Omar a la muerte de éste en el año 644, convirtiéndose de este modo en el tercero de los llamados califas bien guiados. La elección de los califas entra en conflicto, cada vez que se produce, con las reivindicaciones del llamado Partido de Alí, que afirma que Ali ibn Abi Tálib, primo y yerno del profeta, es quien debe ocupar el cargo debido a su estrecha proximidad con Mahoma. Uthman es asesinado en el año 656 y Alí es elegido califa. Sin embargo, esta elección es contestada por otro miembro del clan omeya, Muawiya I, a la sazón gobernador de Siria. Muawiya acusa a Alí de complicidad en el asesinato de su predecesor y se levanta en armas contra él. Ambos ejércitos se enfrentan en la batalla de Siffin, acontecimiento de gran importancia pues es el que marca el origen de las tres grandes divisiones doctrinales del islam. Alí es derrotado y se retira a su plaza fuerte de Kufa (Irak), mientras que Muawiya se proclama califa en Damasco, trasladando de este modo la capitalidad del Estado islámico de Medina, en el Hiyaz, a la urbe siria.

El califato de Damasco
(661-750 aproximadamente)
El califato omeya acaba con el sistema de elección del califa por un consejo de notables y da paso a un sistema puramente hereditario, convirtiéndose de este modo los omeyas en dinastía.

Lista de Califas Omeyas

Utman (644 – 656), el tercero de los cuatro primeros califas, pertenecía a la familia Omeya, aunque no se le suele incluir en esta lista sino en la de los Califas ortodoxos.

De cara al exterior, los omeyas prosiguieron las conquistas de la época precedente. Es durante este periodo cuando se dan las últimas grandes expansiones del imperio islámico: por el oeste se conquista el Magreb, fundándose la ciudad de Kairuán, y la Península Ibérica; por el este se acaba de someter Irán y se hacen incursiones más allá de sus límites, hacia Afganistán y China, donde es detenida la conquista.

En un plano de política interior, los omeyas tienen muchos enemigos. Los alíes o partidarios de Alí, así como la rama de los jariyíes, escindida de los alíes en Siffin, siguen muy activos en varios lugares y especialmente en Iraq: Basora es un foco de disidencia jariyí, empeñada en combatir a los que llaman califas ilegítimos, mientras que Kufa sigue siendo bastión de los alíes (más tarde llamados shiíes). Muawiya logra apaciguar la situación llegando a un acuerdo de paz con Hasan, hijo mayor y sucesor de Alí, quien había muerto en el año 661, evitando así una nueva guerra civil. La muerte de Muawiya marca el inicio de un nuevo conflicto, pues se abre otra vez la cuestión sucesoria. Aunque había nombrado heredero a su hijo Yazid, esta transmisión familiar del cargo es contestada y muchos vuelven sus ojos hacia Husayn, hijo menor de Alí. Husayn y el pequeño ejército que le acompañaba es masacrado por las tropas del nuevo califa en la batalla de Kerbala (680), cuando se dirigía a Kufa a ponerse a la cabeza de una rebelión. La muerte de Husayn, personaje respetado por todos los musulmanes, causa gran conmoción y añade material a las acusaciones de impiedad y falta de escrúpulos que desde el principio se esgrimieron contra los omeyas. Con la muerte de Husayn queda establecida definitivamente la línea sucesoria, que será reconocida por la mayoría de los musulmanes. Alíes y jariyíes seguirán sin embargo su labor de oposición y a la larga contribuirán a la caída de los omeyas.

En términos generales, se podría decir que los omeyas emprendieron la tarea de organizar administrativamente un territorio considerablemente mayor que el que controlaron sus predecesores, y con una población mayoritariamente no árabe, formada por no musulmanes o por personas recién convertidas al islam, características que no tendrá cuando pase a manos de sus sucesores abasíes un siglo más tarde. Los califas omeyas tuvieron tendencia a actuar más como reyes, es decir, a preocuparse de la administración, que como líderes religiosos. La conversión al islam no fue estimulada, pues podía suponer una mengua en los ingresos del Estado debido al mayor volumen de impuestos pagado por los cristianos y judíos, e incluso se llegó a prohibir en algunas ocasiones. De ahí la acusación de ser malos musulmanes que sus enemigos lanzaron contra ellos. A pesar de los muchos problemas planteados por la complejidad social del territorio que gobernaban y de la oposición incesante de alíes y jariyíes, durante la época omeya no se registraron ni grandes problemas nacionales (es decir, entre las distintas etnias del imperio, y especialmente entre los árabes y las demás) ni tampoco choques entre comunidades religiosas ni entre los no musulmanes y el poder central.

Hacia el año 740 el califato omeya se hallaba debilitado debido, por un lado, a las luchas intestinas en el seno de la propia familia omeya. Por otro, a la presión constante de jariyíes y alíes. Fueron estos últimos quienes iniciaron una revuelta en Irán que pretendía restituir el poder califal al clan de los hashimíes (al que habían pertenecido Mahoma y Alí). A la cabeza de la revuelta, en el último momento y sin que los historiadores hayan conseguido explicar bien cómo, se puso Abu l-Abbas, jefe de los abasíes, una rama secundaria de los hashimíes. Su ejército de estandartes negros (los de los omeyas eran blancos) entró en Kufa en el año 749. El califa omeya, Marwan II, huyó a Egipto y Abu l-Abbas se convirtió en califa. Todos los omeyas fueron asesinados; incluso se sacó a los muertos omeyas de sus tumbas, para borrar de este modo los rastros de la familia. Sólo uno logró escapar a la matanza, y con el tiempo reaparecerá en el otro extremo del mundo islámico, en Al-Ándalus.

El emirato independiente de Córdoba (755-929)

El único sobreviviente de los omeyas, Abd al-Rahman, se exilia al Magreb, zona por entonces refugio de todas las disidencias debido a su alejamiento de las capitales califales. Huésped de tribus bereberes junto a un puñado de aliados, Abd al-Rahman recaba apoyos entre las tropas sirias de Al-Ándalus, hasta que en septiembre del año 755 desembarca en Almuñécar.

Con el apoyo del yund o ejército sirio de Al-Andalus, vence al gobierno de los abbasíes en la batalla de Al-Musara (756) y es nombrado emir por sus partidarios. Abd al-Rahman, llamado Al-Muhāyir («el emigrante»), gobernará a la defensiva, esto es, pendiente de las conspiraciones de los partidarios de los abbasíes y otros grupos, particularmente los bereberes y los yemeníes, que se rebelarán varias veces entre los años 766 y 776. Abd al-Rahman se apoya en el ejército, que es aumentado en efectivos, y nombra para los cargos de la administración a personas de su confianza. Se rodea también de una guardia personal.

Al-Ándalus se hace así políticamente independiente, aunque Abd al-Rahman evitará hacer explícito su no reconocimiento del califa de Bagdad para mantener la apariencia de unidad en la umma o comunidad de musulmanes. A su muerte, Al-Andalus es un Estado totalmente estructurado. Le sucederán otros cuatro emires antes de que el país se independice también en el plano religioso, dando lugar al califato de Córdoba.



El califato de Córdoba (929-1031)



Será el emir Abd al-Rahman III, An-Nāsir, quien consume la ruptura con oriente proclamándose califa en el año 929, ya que de todas maneras la umma había quedado escindida por la creación, en Túnez, del califato chií de los fatimíes. Se proclamo califa basandose en distintos argumentos que dieron solidez a su decisión. Por un lado la familia era procedente de la tribu Quraysh, a la que pertenecía Mahoma y había frenado los intentos de los cristianos del norte de reconquistar al Ándalus. Con ello, los omeyas consolidan su posición de poder y al mismo tiempo consolidan la posición del país en el exterior.

Tras la ocupación de Melilla en 927, a mediados del siglo X, los omeyas controlaban el triángulo formado por Argelia, Siyimasa y el océano Atlántico. El poder del califato se extendía, asimismo, hacia el norte y en el 950 el Sacro Imperio Romano-Germánico intercambiaba embajadores con Córdoba. En el norte de la península Ibérica los pequeños reinos cristianos pasan a pagar tributo al Califato, soportando toda clase de imposiciones a cambio de la paz.

Esta es la etapa política de mayor esplendor, en la península Ibérica, de la presencia islámica, aunque la misma durará poco tiempo ya que, en la práctica, su apogeo acaba en el 1010. Oficialmente, el califato continuó existiendo hasta el 1031, año en el que fue abolido como consecuencia de la fitna o guerra civil provocada por la posesión del trono entre los partidarios del último califa legítimo, Hisham II y los sucesores de su primer ministro o hayib, Almanzor. El final del califato dio paso a la fragmentación de Al-Andalus en diversos reinos conocidos como reinos de Taifas, y que fue causa de su declive favoreciendo la expansión de los territorios cristianos a sus expensas.


domingo, 20 de febrero de 2011

Los Mozarabes

Que son los Mozárabes?
Los mozárabes gozaban en la sociedad árabe del estatus legal de dimmíes -que compartían con los judíos- como "no creyentes" en el Islam. A efectos prácticos su cultura, organización política y práctica religiosa eran tolerados, y contaban con cierta cobertura legal. Sin embargo, también se veían obligados a tributar impuestos de los que los musulmanes se veían eximidos, además de contar con otro tipo de restricciones, pues no se destruían las iglesias ya edificadas pero no se permitía construir otras ni arreglar las ya existentes. A medida que la cultura islámico-oriental arraigó en los territorios peninsulares dominados por los musulmanes, los mozárabes se fueron arabizando y muchos de ellos, por diversos motivos, se convirtieron al islam. Los motivos eran tanto religiosos como fiscales, dejando de ser mozárabes y pasando a ser designados muladíes.Ante esa situación los más intransigentes promovieron revueltas militares contra los invasores musulmanes y en su mayoría emigraron a los núcleos cristianos. Hasta el siglo XI la comunidad mozárabe vivió un periodo de relativa tranquilidad, pero a partir de ese momento, con la llegada de los Almorávides primero, y de los Almohades después, la tolerancia fue disminuyendo y acabaron por ser masacrados, esclavizados y expulsados por estos últimos. La actividad mozárabe en sus contactos con los reinos cristianos, y más aún con su definitiva deportación, contribuyó a la difusión de los conocimientos científicos y artísticos orientales por los territorios.


El Arte Mozárabe
Surge en el siglo IX y se extendiéndose a lo largo de casi cien años -abarcando dos centurias, la novena y la décima-, como fruto de la tradición visigoda y la influencia del arte musulmán de los Omeyas, traido por los monjes cristianos que venían huyendo del empuje musulmán.
Alcanza su momento cumbre en el siglo X, asentándose, sobre todo, en el territorio de las primeras monarquías astur-leonesas, comprendiendo los reinados de Alfonso III el Magno, García I y Ramiro II, y tambien en otros lugares del territorio hispánico, siendo su principal manifestación la arquitectura religiosa.
La arquitectura mozárabe española, sobre todo la leonesa, ha sido esencialmente individualista siendo un desesperado intento de conservar la tradición visigoda, desgajada del tronco común con la tradición prerrománica asturiana, resultando un arte anárquico, que no llegaría a formar escuela, de caracter popular.
La estructura puede ser latina o bizantina:
-La latina, como la visigótica, tiene apoyos de columnas para las arqurías, cubierta de madera para las naves y abovedada para el crucero y los ábsides.
-La bizantina, con abovedamiento completo de todos los cuerpos, independientes entre sí, formando en algunas ocasiones una cruz griega.

Se pueden distinguir dos grupos, subdivididos en varios regionales, uno el de los edificios construidos en zona musulmana y los construidos en zona cristiana por mozárabes emigrados.


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